En Chile, la caída del neoliberalismo se veía hasta hace poco cada vez más improbable, sobre todo luego de sortear la crisis económica de los 80 y la crisis asiática en los 90. Junto con ello, la atomización de la sociedad, la fragmentación y el debilitamiento de la izquierda posdictadura, todos elementos que se mantienen hasta el día de hoy, configuran un caldo de cultivo para la irrupción en la escena política del oportunismo, su método y su lógica.
Por Tony Dize
El título es una completa alusión al texto que escribió en 1899 la marxista polaca Rosa Luxemburgo, y la idea es poder rescatar de él (y de otros autores generalmente ausentes de los ramos que nos pasan en la universidad) algunos elementos que nos parecen importantes para revisar y resituar en el contexto actual. Sin antes dar cuenta que el paisaje de fondo de la época era bastante similar: un capitalismo que ha demostrado adaptarse a los distintos escenarios, un estancamiento del factor subjetivo de las masas y el surgimiento del revisionismo (que no es otra cosa que aquella corriente que reinterpreta los conceptos de una determinada teoría, para cambiarle su sentido) en el seno del Partido Socialdemócrata alemán de la mano de su principal teórico, Eduard Bernstein.
Bernstein plantea que la decadencia del capitalismo se ve cada vez más improbable, que posee cierta capacidad de adaptación para sortear sus propias crisis y que el socialismo se puede ir construyendo gradualmente a partir de reformas sociales para la democratización del Estado, sin necesariamente aspirar a la toma del poder. Esto significaba para la izquierda alemana fortalecer la lucha sindical y la actividad parlamentaria para mejorar la situación de los obreros y regular la explotación.
Algo opuesto a la teoría marxista, que plantea que el capitalismo entrega las armas para desaparecer de golpe, en lo que Lenin denomina “situación revolucionaria” que se dan muchas veces, pero que no necesariamente todas terminan en una revolución efectiva. Estos elementos objetivos, que están en el ADN del modelo, no podrán dar el paso al socialismo si no existe a su vez un factor subjetivo, la conciencia y la organización de las distintas capas del pueblo.
Pero Bernstein no hace otra cosa que negar la primera parte de la teoría de Marx, despojándola de su carácter científico y dejando todo a merced de la voluntad que pueda presentar el movimiento obrero, es decir, hace del socialismo una utopía.
La gracia de la teoría de Marx es que plantea que los principales problemas del capitalismo emanan de sus relaciones económicas, no de sus relaciones jurídicas ni políticas. Esto es, del conflicto capital-trabajo. Mientras en el capitalismo el capital se acumula y se expande, el trabajo se precariza. Entenderlo jurídicamente, el conflicto sería entre ricos y pobres. Si así fuera, la solución sería precisamente la que plantea Bernstein: enriquecer al proletariado ¿Cómo? Democratizando el Estado, para que el proletariado pueda promulgar sus propias leyes.
Dice ella: “Quienes se pronuncian a favor del método de la reforma legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social en oposición a éstas, en realidad no optan por una vía más tranquila, calma y lenta hacia un mismo objetivo, sino por un objetivo diferente. En lugar de tomar partido por la instauración de una nueva sociedad, lo hacen por la modificación superficial de la vieja sociedad”.
En días donde surgen posiciones que nos vuelven a invitar a participar del mundo institucional, como la reforma tributaria o los plebiscitos; donde claman por la actividad parlamentaria, desde el frente amplio de izquierda hasta los proyectos populares de ley; donde el presidente electo de la FECH plantea que el conflicto no es de clases, sino entre ciudadanía y clase política, la pregunta que surge es: Hoy, ¿aspiramos a la realización del socialismo o a reformar el capitalismo?
Pueden leer el texto completo en: www.marxists.org/espanol/luxem
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