sábado, 7 de enero de 2012

Las culpas que van y vienen en La Chile

El 2011 fue uno de los años más importantes para el movimiento social post-dictadura gracias al alzamiento estudiantil que sacudió los cimientos de esta sociedad de mercado. Pese a los millones que salieron a las calles a protestar, las grandes jornadas de movilización, los cacerolazos, la lucha callejera y las expresiones culturales de todo tipo, el fin de año y la vuelta a clases nos pillaron sin haber conseguido nuestras demandas. Culpas van y vienen, pero análisis honestos y autocríticos escasean.
Por Farruko


Centrémonos sólo en La Chile y nuestro actuar como estudiantes. Durante gran parte del movimiento se cultivó dentro del activo movilizado un discurso anti dirigencias, partidos políticos, “cúpulas” y rostros, que se expresó en que cualquier traspié, error o simplemente la derrota de fin de año fueran automáticamente culpa de la Fech, la Jota, el PC, Camila Vallejo, Pancho Figueroa, Jaime Gajardo o simplemente las “cúpulas reformistas”. ¿Por qué? Porque “vendieron el movimiento”, porque trasladaron la discusión al parlamento, porque “maquinearon”, porque “no escucharon a las bases”, y un largo etcétera de frases repetidas.


Dichas expresiones, muchas de esas dichas más por tradición que por un análisis de la realidad, siguen predominando en el discurso, en especial de la ahora llamada “ultra”. Pero considero necesario ser un poco más honesto: ¿es culpa de las cúpulas, de la Jota o del PC que el pleno Fech, en el momento más fuerte del movimiento, no haya discutido proyecciones ni los pasos a seguir, si no temas para ese momento irrelevantes, como por ejemplo la factibilidad de un plebiscito?

Cualquiera que haya visto las discusiones del pleno se habrá dado cuenta de cómo perdimos el tiempo durante los momentos más álgidos de la movilización porque en las facultades no se discutía qué hacer con la enorme fuerza y poder que teníamos en nuestras manos en junio, julio y agosto, si no que los representantes llegaban a proponer vetos a la mesa Fech o a Camila Vallejo “por maquineros”, previa “funa al pleno” de parte de grupos de alguna facultad “por querer vender al movimiento”. En esas dos cosas se iban 4 horas, y luego de la discusión sobre plebiscito, ¡listo! una de la mañana y la federación más influyente de la Confech no tenía postura sobre cómo continuar con la movilización.


Luego de esto nos preguntamos por qué terminamos en el parlamento… Simplemente porque el movimiento no tuvo propuestas para solucionar el conflicto más allá de seguir movilizados “hasta el fin”. Si tomamos en cuenta que continuar movilizados nunca fue tema en cuestión, si no el cómo ganamos la educación gratuita, nos encontramos ante una falla enorme, pues al final el desgaste y nuestra incapacidad para generar más presión luego de meses en las calles nos llevó obligadamente a pelear las migajas del presupuesto 2012.


Es evidente que la movilización superó la conducción de cualquier grupo político, por eso –por lo menos en La Chile- nadie puede hablar de pasadas de máquina. Nunca se había visto un movimiento que fiscalizara tanto la labor de sus representantes como éste. Asimismo, las discusiones de las bases sí eran llevadas al pleno y éstas sí eran representadas en el Confech debidamente. ¿El problema? De las bases nunca emanó una propuesta coherente para dar solución a nuestras demandas. Y eso es culpa de todos los grupos que nos decimos de izquierda, en especial aquellos que nos reconocemos por “estar en las bases”, pues nunca supimos guiar la discusión con elementos realistas y se pecó de desviar el centro de atención hacia temas muchas veces banales y sin utilidad.


Salta a la vista cómo esta movilización nos pilló con una falta de claridad política enorme, en la cual el trauma de de años anteriores nos llevó a rechazar cualquier tipo de negociación, cuando en un momento éramos más fuertes que el mismo gobierno y podríamos haber ganado con facilidad al menos nuestros pisos mínimos.


En este escenario, echar la culpa de esta derrota a las cúpulas, el reformismo o los partidos es caer en lo fácil. Seamos autocríticos y veamos cómo asumimos cargos o roles preponderantes en el movimiento o en nuestras bases creyendo y prometiendo un discurso revolucionario, pero sin tener la capacidad de análisis, la formación ni el tino para proponer a nuestros compañeros caminos realistas y discusiones que nos lleven a alguna victoria.


A nuestras organizaciones de izquierda que pretenden ser revolucionarias les falta la claridad y la capacidad para formar cabros que no sean meros repetidores de consignas, buenos oradores o eficientes administradores de orgánicas estudiantiles, sino cuadros de verdad al servicio del movimiento que en el futuro puedan contribuir a que nuestras discusiones de base den frutos sin importar las cúpulas o las caras visibles, para así poder llevarnos a ganar la educación que queremos.

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